Las horas by Josep Pla

Las horas by Josep Pla

autor:Josep Pla [Pla, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-12-06T00:00:00+00:00


Noche (pueblerina) de verano

En estas bochornosas noches de verano y de pueblo existe el recurso de divagar deambulando lentamente, sin fin ni objeto, por las calles. Para pasear hay noches exquisitas, otras menos. Ello depende en gran parte de la calidad de los pueblos. A la luz frenética del sol las cosas han de ser muy bonitas para causar un cierto efecto; en cambio, el urbanismo más mediocre, tocado por la luz de la luna, parece flotar en el ensueño y la irrealidad. Estas calles están frías y tristes; nadie trató nunca de poner en ellas el más leve detalle de gracia o de intimidad. El tono industrial ha querido dar al pueblo una apariencia de civilidad, y ello ha sido considerado incompatible con el más mínimo vestigio sabroso. Todo es frío, mecánico, siniestro: formas muertas. Pero la luna todo lo embellece. Su luz toca, a veces, la mitad de una calle: de un lado hay un hálito de claridad tibia, una luminosidad suave; del otro, una dilatada sombra bronceada. Otras veces la luna da en las partes altas de las casas, como si flotase, y después, a partir de una raya perfectamente trazada, se produce como una inundación de sombra dentro de la cual las cosas se funden y se amodorran, vagas. Con el paso de la noche, los espacios de sombra y de luz varían constantemente, como si la luna subiera y bajara, entrara y saliera por las anfractuosidades urbanas.

Pasa uno por las calles desiertas. Todo está en calma. El pueblo duerme. El camino, hacia las afueras, es siempre el mismo. Agotado el último seudópodo, aparece uno ante los huertecillos suburbiales. Por entre los parapetos de cañas y cipreses hay unos pequeños caminos quebrados y polvorientos. Detrás de los parapetos se ven las ligeras frondas de los frutales, de un verde traslúcido que la luz de la luna amarillea; albaricoqueros, perales, melocotoneros y las copas grandes, redondas, doradas, de las higueras. Bajo los árboles se ven las pequeñas casitas suburbiales, encaladas, que con la luz evanescente tienen un aire de misterio. Os llega aún el olor del riego de la tarde, el calor de la tierra húmeda y grasa. Las ranas hacen un ruido monótono y ensordecedor. Dejan de cantar un momento… y después vuelven a emitir su eructo resignado y grave. Oído de lejos, este ruido en zigzag parece inútil y triste. De cerca es mareante, algo que hace comprender la propia y personal pequeñez. En los intervalos de silencio, se oye el ladrido de un perro, remoto, el canto humilde y socarrón del búho y un gallo que sueña. Un gallo hace: quiquiriquí; luego hace: cocoricó. El negro ruiseñor se ha vuelto escaso, cuando no ha emigrado hacia el norte. Todo parece detenido y extasiado en la dulzura de la luna, pero todo tiene una fiebrecilla de vida misteriosa y recóndita, secreta. El viento es imperceptible y parece perdido en las cañas del sendero. De repente, la vista queda deslumbrada, fascinada, por el chillido luminoso que deja, en el cielo, una estrella que cae y se disuelve.



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